La razón de la obra parte de cuestionar la relevancia que se le ha dado al mapa como una herramienta real, que al final de cuentas, no ha sido sino una máquina –literalmente– discursiva, de control y poder, que debido a su aceptación, uso y configuración, no sé cuestiona y se entiende como a un objeto verdadero, fotográfico o documental (sin serlo), que ha sido instrumentalizado con fines de control político, económico y social.
La relación obra – máquina es frontal y directa. La máquina en cuestión, que es el mapa, no es una máquina física aunque controla literalmente todo el mundo físico y escribe discursos políticos, económicos y hasta filosóficos que definen nuestro tiempo y mundo.
La máquina trabajada es el mapa qué dibuja los límites que dividen a los humanos y en general a todos los seres vivos y materiales. La relación que plantea la obra con el mapa es la de cuestionar su veracidad y generar mapas de lugares que no existen, cómo parodia de la real irrealidad, partiendo de diversas ideas visuales, que van desde la utilización de fotos Polaroid, que retratan planisferios y mapas posibles de lugares, que si bien podrían existir, no conocemos y mutan como las sombras del sol, además se utilizan elementos como el cartón corrugado como símbolo de las migraciones forzadas (qué generan otro tipo de mapas) y por último, cabe mencionar la utilización de los pergaminos, por su antigua utilización en la navegación, y por las capas de transparencia que generan niveles de lectura cruzados.