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Realidades emergentes

[Exposición colectiva]

Programa de Artes visuales – UNAD

Museo de arte – UPTC

Valentina Díaz
Nancy Lorena Candela
Juliana Herrera
Claudio Quintana
Sergio Ramos
Valentina Díaz
Angie Sierra

Artistas invitados

Francisca Mellado
Amaya Madrid Pérez
Ricardo Hernández Forero

Texto curatorial

Realidades emergentes

Por: Ricardo Toledo Castellanos

 

La exposición Realidades Emergentes reúne trabajos artísticos logrados al interior de procesos reflexivos y experimentales de semilleros de creación e investigación en artes, de varias universidades representadas en el V Encuentro Internacional de Investigación Universitaria, ENIIU 2021. Siendo un conjunto reducido de propuestas son muy significativas dos resonancias problemáticas visibles entre ellas y que también resuenan en los trabajos de artistas invitadas e invitados como son:
– Visiones polémicas y críticas de la proliferación de aparatos y residuos de tecnología emanados por el capitalismo de sobreproducción y su insensatez consumista.
– En consonancia con estas visiones, denuncias de las intrusiones e invasiones derivadas del modelo civilizatorio, en los cada vez más reducidos y polucionados espacios orgánicos de la naturaleza.
El desajuste de la vida y el mundo ha quedado a la vista con la crisis de los relatos de poder y los monumentos que los conmemoran; el estallido de consignas, símbolos, emociones, relaciones y violencias en calles donde ya no se reconoce la vocación pública del estado; y la proliferación invisible de una infección que se aprovecha de nuestra tendencia al encuentro cercano, el toque de los cuerpos y nuestro gusto por reunirnos, para sembrar síntomas erráticos y caprichosos de la muerte. Nuestro mundo está haciendo llamados urgentes a la clausura de los modos de vida que hemos navegado como normalidad y ahora nos ahoga en el vacío de sentido, el hastío el odio, el cansancio y tantas prácticas autodestructivas. La crisis ha sido precipitada por la pandemia pero ha sido alimentada -desde hace tiempo- por la cultura del privilegio y el individualismo, la economía del extractivismo y la codicia acumulativa, la política de la corrupción y el desprecio hacia los sueños colectivos, entre otros.
En claro diálogo con la apasionada discusión que se abrió en torno a cómo recordar el cumplimiento de los 500 años del desembarco de Cristóbal Colón en “La Española”, unos años antes de 1992 había escrito el lúcido Eduardo Galeano:
Creen los Guaraníes que el mundo quiere ser otro, quiere nacer de nuevo, y para eso el mundo suplica al Padre primero que suelte al tigre azul que duerme bajo su hamaca. Creen los Guaraníes que alguna vez ese tigre justiciero romperá este mundo para que otro mundo, sin mal y sin muerte, sin culpa y sin prohibición, nazca de sus cenizas. Creen los Guaraníes, y yo también, que la vida bien merece esa fiesta (El tigre azul y nuestra tierra prometida 1991, 148)
Había ya señales de advertencia de que ese modelo de vida vuelto global sería un insostenible camino a la destrucción de las fuerzas que alimentan, sostienen y reparan la vida que puebla con su diversidad y resistencia los territorios del planeta. Es así que para 1992 parecían acumularse numerosas señales del urgente grito de cambio que el mundo lanzaba en múltiples direcciones, entre las que sobresalían impugnaciones a herencias culturales tan nefastas como el colonialismo (cultural, económico, político, ontológico), el racismo, el sexismo, la servidumbre a los centros de poder de Occidente, el afán instrumental y fenómenos consustanciales como la polución y nuevas modalidades de esclavitud.
En Colombia, el proceso que condujo a la promulgación de una nueva constitución anunciaba también razones para la esperanza, quedaba el tiempo de adelante para desarrollar esa promesa colectiva de romper un mundo gastado, corrupto y desigual para construir de sus cenizas espacios para la participación social, el incremento de las potencias existenciales y el establecimiento de nuevos pactos con la tierra, sus materias vivientes y las otras criaturas.
Si somos optimistas, esa esperanza espera aún salir de la imaginación al mundo histórico.
En el borde (espacio-temporal), donde se tocan el mundo que se está dejando con el que se está comenzando a anunciar, se notan señales de desfase. Michel Foucault propuso maneras de pensar y analizar estos fenómenos de borde, donde se cruzan configuraciones generales del saber (epistemes) en disonancia, unas en su cierre y otras en su emergencia. El filósofo concentró su observación del devenir histórico en las rupturas más que en las continuidades históricas. Es esta mirada la que reconoce síntomas de realidades emergentes en los desfases entre palabras y cosas. Cuando en un contexto proliferan palabras–sin–cosa y cosas–sin¬¬–palabra, asistimos a una ruptura en la que la realidad que cierra sigue circulando sus discursos con palabras que, al perder la cosa que fue su referencia, se quedan sin significado, y la realidad que emerge hace aparecer nuevos objetos de experiencia que aún no tienen palabra que los nombre ni discurso que los certifique. En ese momento se requiere toda la fuerza crítica de la expresión y el impulso renovador de la creatividad para calibrar los discursos y las experiencias.
En la esfera de las realidades emergentes, se anuncian modos de experimentar la existencia, de expresar sentidos posibles a lo que nos asiste o nos acosa, y en este nuevo inicio, el arte aparece como equipaje básico que nos humaniza nuevamente. Por eso dijo Félix Guattari que el poder de la actividad creadora “lleva a su punto extremo una capacidad de invención de coordenadas mutante, de engendramiento de cualidades de ser inauditas, nunca vistas, nunca pensadas” (1992, 83). La entrada del arte enerva nuestra sensibilidad para la puesta en percepción de aquello que da fundamento a lo real es decir el sistema de sentido desde el cual emerge o cierra la coherencia ética, técnica, expresiva, perceptual de la realidad, y así mismo alienta la producción de sugerencias experimentales para corregirla, completarla, construirla, traerla del afuera.